martes, 10 de enero de 2012

 Hablar de mí es hablar de la tristeza. Es hablar de la alegría, del sol, del mar, de la esperanza, de la ternura, del beso, de la lágrima. Es hablar del verano, del frío, del mar, del temblor, del miedo. Es hablar de los barcos hechos en las confiterías con una servilleta de papel. Es hablar de la sed de los labios resecos y un golpe de calor en la nuca. Es hablar de la sed y de otra sed que no nace en el cuerpo sino en los vértices del alma. Hablar de mi es hablar de una pregunta, de un gran interrogante suspendido sobre mi cabeza; es hablar de dos ojos que se alargan como dos brazos hacia adelante tratando de hurgar en el futuro, tratando de saber dónde está el límite que habrá de apuñalarme, que habrá de separarme de mi aliento, del verano, del mar, del frío, del hambre y de la certeza.
Hablar de mi es hablar de vos, porque vos y yo somos algo muy parecido, con la misma respiración, el mismo cansancio, las mismas ganas de vivir, de ser felices, de encontrar un oasis bañado de verde y de ternura en medio del desierto que a veces nos acecha.
Es hablar de una larga serpentina de miel enroscándose en tus amores. Es hablar de una queja que se quedó en el silencio. Y de un silencio que te arrancó una queja, una queja sutil y pequeñita que apenas arañó el aire y se deshizo.
Porque vos y yo nos parecemos mucho. Lloramos fuerte por lo que nos importa apenas un poco, mostramos al mundo la cara de dolor cuando el dolor no es tan enorme ni tan profundo... Al verdadero llanto y al verdadero dolor... lo escondemos con pudor, con rescato... y quizás hasta con un poco de avaricia, con un poco de temor de que lo vean, lo toquen, se metan en él, se apoderen de el.

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